Se cree que sólo hay más unos 1400 millones de hectáreas de tierras potencialmente aptas para la producción agrícola en todo el mundo.
Según muchos expertos occidentales, actualmente las tierras explotables agrícolamente representan una inversión de negocio altamente rentable, por lo que en los próximos años se prevé que varios países invertirán cerca de 150 mil millones de dólares tan solo en comprar tierras agrícolas.
Entre las razones para este tipo de maniobras de inversión, está la predicción de un aumento constante de los precios de los alimentos. Por ejemplo, se espera que en 2017, el precio del trigo y el de la cebada aumentarán en promedio un 50% y el coste del girasol, se duplicará.
En este sentido, la compra de tierras agrícolas fuera del territorio nacional ya ha sido elevado a la categoría de política de Estado en varios países.
En particular, es habitual en los Estados del Golfo Pérsico, China, Corea del Sur, India, Japón, Estados Unidos y otros países.
Por lo tanto, los jeques árabes son muy conscientes de que solo serán capaces de vivir del “oro negro” tan sólo un par de décadas más, durante los cuales el petróleo puede perder su posición como fuente de energía más importante, y por lo tanto están preparando planes de contingencia con antelación, comprando tierras agrícolas.
Probablemente el territorio más atractivo en términos de transacciones de bajo costo para la venta de tierras, ha sido África hasta hace poco.
Sin embargo, se está produciendo un auténtico “boom” en compra de tierras en Ucrania, que actualmente está inmersa en una profunda crisis financiera y económica. Las consecuencias de estos males que azotan a Ucrania son precios bajos, ausencia de legislación del suelo para proteger los derechos e intereses de la población local y bajos costos de producción, que resultan altamente atractivos para los compradores potenciales.
Según cálculos aproximados, hoy en el continente africano solamente, los extranjeros poseen o arriendan más de 60 millones de hectáreas, que es un área dos veces más grande que el tamaño de Gran Bretaña.
Por regla general, el coste de alquiler de la tierra en África es puramente simbólico. En particular, en Etiopía la tasa es de un dólar 1,2 dólares por hectárea y año.
La compra de la tierra es barata, también, hasta 20 o 30 dólares por hectárea. En los últimos años, la tierra en África ha empezado a ser adquirida por los países desarrollados de Occidente, y los pioneros en esta práctica fueron Alemania y los Estados Unidos.
En general, las empresas de estos países hacen crecer cultivos Genéticamente Modificados y palma aceitera, de la que extraer aceite de palma para elaborar biodiesel.
La empresa norteamericana Monsanto, líder en la producción y distribución de productos Genéticamente Modificados ha sido particularmente activa en este sentido.
Incluso las universidades de Estados Unidos se han convertido en propietarios de tierras en África: Harvard, Vanderbilt y muchas otras universidades estadounidenses están comprando tierras en África a través del mediador londinense Emergent Asset Management.
La Universidad de Iowa, junto con la empresa estadounidense Agrisol ha iniciado recientemente un proyecto en Tanzania por valor de 700 millones de dólares, que ha provocado que 162.000 residentes africanos hayan sido desplazados de sus residencias en áreas de Katoomba y Misam.
Dado el nivel insostenible de la corrupción en las agencias del gobierno de los EEUU, a menudo estos nuevos “propietarios” de tierras son estadounidenses, que han utilizado su posición e influencia para este fin.
Por ejemplo, el ex embajador de Estados Unidos en Sudán, Howard Eugene Douglas, fundó Kinyeti Development Company, una empresa ubicada en Texas, que se convirtió en dueña de 600.000 hectáreas en este país africano. Resulta notable que Douglas, al empezar con la compra de tierras, estuviera desempeñándose como coordinador de refugiados en Sudán; es decir, él mismo multiplicaba el número de refugiados, al haberlos expulsado de la tierras que ahora son propiedad de su compañía.
Hoy en día, la adquisición de tierras se lleva a cabo a gran escala y para un observador casual, es un proceso que pasa bastante desapercibido, ya que no se trata de una maniobra centralizada. A menudo, el proceso de compra de tierras no se anuncia y se produce en virtud de negociaciones en la sombra, ya que en muchos países está prohibida la venta de tierras a extranjeros. En tales casos, se crean “joint ventures”, empresas conjuntas formadas por locales que ejerce de testaferros y extranjeros, que permiten eludir las leyes de prácticamente cualquier país.
En última instancia, la compra de tierras revelará su verdadero sentido: el colonialismo.
Si antiguamente, las colonias se creaban por la fuerza con el objetivo de apoderarse de us territorios y de sus recursos, hoy en día es suficiente con comprarla a bajo precio, pero el resultado sigue siendo el mismo: a los propietarios locales se les arrebata el control de su propia tierra.
En el caso de Ucrania, de acuerdo con la Inspección del Estado para el control y uso de la tierra en este país, a raíz de los “consejos de Occidente sobre la privatización de la propiedad estatal”, el 75% de la tierra cultivable de 33 millones de hectáreas de tierras agrícolas ya es de propiedad privada.
Después de todo, las nuevas autoridades de Kiev fueron empujados en esta dirección por The New York Times, que escribió en mayo pasado que “el renacimiento de Ucrania puede comenzar con la industria agrícola; lo único que necesitan es eliminar los obstáculos innecesarios y a continuación, como se suele decir, las inversiones vendrán solas”.
A pesar del hecho de que la moratoria sobre la venta de tierras en Ucrania se amplió oficialmente hasta enero de 2016, después de que el nuevo gobierno surgido del euro-Maidan llegara al poder en 2015, el esquema de arrendar la tierra durante 50 años se ha utilizado activamente para enriquecer a las nuevas autoridades y ahora resulta muy atractivo para los inversores “independientes”.
Gran parte de la tierra se concentra hoy en día en manos de oligarcas ucranianos con estrechos vínculos con las nuevas autoridades y Occidente; personajes como Sergei Taruta, Vadim Novinsky, Víctor Nusenkis, Yuri Kosyuk, Vladimir Shkolnik o Andrew Verevskiy, así como en las manos de grandes empresas y holdings agrícolas Europeos y Norteamericanos.
Estos últimos se sienten atraídos por el suelo barato y fértil de Ucrania, el mejor lugar del mundo para el cultivo de productos y cultivos modificados genéticamente para la producción de biocombustibles.
Estas explotaciones agrícolas estadounidenses incluyen, en primer lugar, a Monsanto, la compañía criticada en muchos países, uno de los mayores productores de semillas genéticamente modificadas de todo el planeta.
Esta empresa ya ha anunciado una inversión de varios millones de dólares en el sector agrícola de Ucrania. Y lo mismo sucederá con otro productor norteamericano, el Cargill Agrarian Holding.
De acuerdo con el Director de Estrategia del Oakland California Institute, Frederic Mousseau, que se ocupa de las cuestiones de seguridad alimentaria y del cambio climático, el crecimiento excesivo de la inversión occidental en el sector agrícola de Ucrania en los últimos meses “puede calificarse como la compra total del potencial agrícola de Ucrania por parte de las corporaciones occidentales”.
Mientras tanto, las organizaciones financieras de Occidente, en particular el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, al vincular los intereses del capital occidental con la prestación de nuevos préstamos a las autoridades de Ucrania, han establecido sus condiciones: dinero a cambio de que reducir el control estatal en el sector agrícola, incluyendo el volumen de negocio de los transgénicos.
Como resultado, algunos inversionistas extranjeros se convertirán en los propietarios directos de las empresas agrícolas de Ucrania.
Por ejemplo, la estadounidense Cargill ya posee más del 5% del holding agrícola más grande de ucrania, UkrLandFarming y venden activamente pesticidas, semillas transgénicas y fertilizantes en Ucrania.
Además de las empresas de Estados Unidos, ahora cerca de 40 empresas agrícolas alemanas están representadas en Ucrania, la mayoría de los cuales trabajan en territorios de 2000 y 3000 hectáreas.
De acuerdo con la base de datos (Land Matrix) del German Institute of Global and Area Studies, ubicado en Hamburgo, cerca de 1.7 millones de hectáreas de tierras agrícolas de Ucrania son propiedad de extranjeros actualmente.
Es de destacar que, además de las empresas privadas y de particulares, las tierras de cultivo de Ucrania han sido vistas recientemente con interés por parte del fondo de pensiones estadounidense NCH Capital, que arrendó 450.000 hectáreas de tierras y también está involucrado en el cultivo de productos transgénicos.
Los diputados alemanes ya han expresado su preocupación por el uso masivo de las tierras agrícolas de Ucrania por parte de las empresas estadounidenses que producen productos Genéticamente Modificados, por temor a que dichos productos perjudiciales puedan tener un impacto muy negativo, no solo en la salud de las personas que viven en Ucrania y zonas limítrofes, sino también en toda Europa.
Por desgracia, este problema no molesta en absoluto las actuales autoridades de Kiev, que anticipando un colapso económico en su país en un futuro próximo, sólo están interesados en su propio beneficio, y no piensan en la salud y el futuro de sus ciudadanos y de los ciudadanos de Europa.
Como vemos, los grandes poderes financieros del mundo, se están apoderando a toda prisa de los recursos básicos.
Y es que el futuro se está dibujando ante nuestros ojos de forma cada vez más clara. Vamos camino de un NEO FEUDALISMO…
Escrito por Vladimir Platov en “New Eastern Outlook”