La Paz en prospectiva.
¡Diálogo interinsurgente,
Movilización social y participación política de la ciudadana como única
alternativa!
Hace unas semanas,
cuando pensaba escribir un artículo posterior al 2 de Octubre sobre los
alcances de los acuerdos, no tuve presente que en el plebiscito el NO se
impondría. Tal vez, seducido por la
euforia de círculos políticos y académicos cercanos o producto de la misma
desconexión que sufre el país político del país social, no avizoré que dicha
posibilidad era tal vez una realidad que impondría nuevos ritmos y
condicionantes a la coyuntura actual.
En efecto, el
subirse al tren de la certidumbre y de la posibilidad de la refrendación de los
acuerdos de Paz de manera casi axiomática por parte de los partidarios del SÍ,
generó un clima inmejorable para la especulación y el triunfalismo. Un clima
que no sólo impidió ver la fuerza arrasante de la campaña de los impulsores del
NO, sedimentada en la exacerbación de la irracionalidad y el sentimentalismo
del sentido común, sino que limitó la capacidad prospectiva de los accionantes
del SÍ de dilucidar los escenarios probables y las soluciones posibles que se
pudieran generar.
La carencia de
planificación ante escenarios no esperados, factor que ciertamente compartimos
con nuestra clase dirigente, ha puesto a la izquierda próxima a los acuerdos de
paz en una compleja encrucijada de la que sólo saldrá avante y completa si toma
las decisiones correctas. Las medidas que viabilicen, al día de hoy y más que
nunca, estarán atadas y subordinadas a las posturas de sus adversarios
políticos generales y a las alianzas que desarrollen con diferentes sectores y
movimientos sociales que han estado distantes del proceso.
Las
posiciones y el panorama tras los resultados.
Lo claro tras el
triunfo del NO es que el Centro Democrático y los sectores más reaccionarios de
los partidos tradicionales salieron robustecidos y con cierto halo de
triunfalismo. Sin embargo, y a pesar que todo a primera vista pareciese ganancia para la reacción, la
realidad de su momento político es más compleja. Estas elecciones fueron para
este sector una lucha a muerte donde se jugaron todas sus cartas, reactivando a
fuerza de un sagaz tacticisismo político el acumulado decrépito de un sentido
común basado en el miedo y el odio cultivado durante los últimos 30 años.
El desgaste
político que realizaron los promotores del NO durante el último mes, rindió
frutos considerables y les dio una bocanada de oxígeno que les permite
reposicionar su discurso y mostrar que su apuesta estratégica no estaba tan
derrotada como se pensaba. No obstante y en contra de sus intereses, este
‘triunfo’ dejó abierta la posibilidad para los promotores del acuerdo de
disputar, en el plano de la argumentación racional y ante un posible nuevo
espacio electoral, el conjunto de posiciones moderadas y desprevenidas que
fueron captadas mediante la campaña reduccionista y frenética del NO, así como
el grueso de las gentes que por desinterés, confianza o distancia ideológica
hicieron parte de ese abultado 63% de abstencionismo.
En este contexto,
es evidente que el uribismo tiene comprado el boleto de entrada a unos largos
cuidados intensivos donde puede dinamizar
y reconstruir su proyecto estratégico en detrimento de una paz completa. Empero, si juega mal
sus cartas y no logra articular de forma rápida algo más allá de las arengas
tendenciosas mostradas en los días pasados (tarea difícil por la nula sintonía
de sus planteamientos con lo acordado en la Habana), su boleto tendrá inscrito
en mayúscula el nombre del cementerio central, donde descansan los lacónicos y
megalómanos exdirigentes del país en sus tristes y solitarios mausoleos.
El gobierno, por
su parte, se encuentra en una encrucijada donde puede ganar o perder su tan
anhelado papel en la historia. La derrota de este 2 de octubre, poco abultada
pero con un alto contenido político y simbólico, le fuerza a reorganizar sus
planes y plantear un espacio de negociación que no divisaba y que, en cierta
manera, le disgusta. Realizar este espacio con el uribismo, implica retroceder
varias jugadas en el jaque mate que Santos preparaba a la oligarquía
terrateniente y a las élites vulnerables para obtener la hegemonía económica y
política a manos de la aristocracia financiera. Efectivamente, el Acuerdo de
Paz hasta ahora construido no representa para el gobierno más que un vehículo
para materializar su apuesta, que pasa por la refrendación de un pacto interclasista
con someras concesiones, que no pone en riesgo directo sus intereses y que ataca
sustancialmente la base económica y judicial de sus contendientes retrógrados.
La Paz, fin del sufrimiento y esperanza para
muchos, no es comprendida por el presidente y sus oferentes como un lugar de
reconciliación y de encuentro, o, como la materialización del Estado Social de
Derecho donde este último es reconocido de manera igualitaria para sus
ciudadanos ¡NO! La Paz, para los grupos de presión que constituyen el santismo,
connota la posibilidad de constituirse como la única clase rectora, es el anhelo
de la oligarquía liberal y modernista del
siglo pasado, de la Burguesía dependiente, de convertirse en Burguesía, o a lo
menos en su único remedo.
Por este motivo es
que a Santos no le tembló la mano para poner en riesgo el proceso decretando una
fecha límite al cese bilateral. Su estrategia como buen tercerviista siempre ha
radicado en presionar lo más posible para poder negociar sin ceder, al no tener
100% de victoria en terreno. Y sin lugar a dudas necesita tensar a toda costa
la situación para reducir al mínimo el margen de maniobra del uribismo, y su
capacidad de presión ante la apertura de un probable espacio de concertación.
Sin importar el
desenlace que tenga esta coyuntura, lo concreto es que el santismo apuesta a debilitar y a reducir lo más
posible al uribismo, sea por su desarticulación y fenecimiento vía refrendación
del acuerdo actual; mediante la inclusión de unos mínimos en una renegociación
que le de respiro a la ultra derecha pero que la reduzcan a una oposición
innocua, o; sacrificando su preciada hegemonía inmediata al retomar el combate
y dejar caer la culpa de la continuidad de la guerra en los hombros de su
contendiente.
Ahora, en el
complejo rifirrafe entre oligarquías en el que ha estado situado el proceso y
del cual este ha sido pieza clave, aparecen unas FARC con las mayores
afectaciones por la creación de este limbo. Aparte de su claridad estratégica
donde ubican la reinserción a la política legal como su centralidad, esta
organización está rodeada de incertidumbres en todos sus niveles. La
guerrillerada, pasando por los miliacianos y simpatizantes, hasta la plana
central, se encuentra en un momento complejo donde no dilucidan alternativas
diferentes a la refrendación inmediata y donde la posibilidad de un retorno a la guerra se plantea como
inimaginable. En efecto, el fin del cese bilateral y la vuelta de la guerra
implicarían un regreso de las bombas y los asesinatos, acompañados por una
dinámica más certera de persecución estatal. La exposición que han sufrido las bases sociales de las
FARC y sus simpatizantes, a partir de la agitación constante y el
posicionamiento de la Paz como alternativa, ha generado un proceso de
visibilización que difícilmente obviarían los agentes del Estado si vuelven a
sonar los fusiles.
A persa de todo, la
posición que han adoptado las FARC de
apostar sus últimos cartuchos a la Paz, ha generado un interesante eco dentro
del el país y a nivel internacional en las últimas semanas. La movilización
como reacción, nacida en una respuesta
tradicional y espontanea de la izquierda a los momentos de coyuntura, ha
puesto de presente que la Paz como
concepto tiene bastantes aliados que están dispuestos a defenderle. Es por
esto que las FARC le apuestan a mantener sus bases movilizadas y apelan a esa
media Colombia que votó por el SÍ, para que con su apoyo se pueda transformar
la mínima correlación negativa de fuerzas que existe y se pueda refrendar lo ya
acordado vía ejecutivo o a través de un nuevo espacio electoral.
Los escenarios posibles.
Se podría decir que el actual momento es un
momento abierto del que se pueden
decantar nuevas y variadas posibilidades que dependerán del inicio o no de un nuevo escenario de
negociación de los actuales acuerdos. Si bien, las FARC han expresado que su
voluntad de Paz no pasa por un proceso de renegociación de lo hasta ahora
acordado, es importante resaltar que los mismos resultados del plebiscito y lo
acontecido en estas últimas semanas, abren la posibilidad de una nueva
negociación como una probabilidad real, más cuando se tiene el cronometro del
fin del cese bilateral en contra.
a)
Si
no se negocia.
Un primer
escenario que debe contemplarse, el más desastroso de todos, es la
radicalización del discurso del uribismo y una negativa constate de las FARC
para reabrir el proceso de negociación. En este contexto es probable que se
genere una implosión de los procesos de Paz y del tambaleante emergimiento de
la derecha, gestándose una fuerte ola de violencia de la cual ninguna de las
partes ni el sufrido pueblo, saldría
beneficiado.
Por otra parte, si
se mantiene estas dos posiciones y el
gobierno decide continuar con el proceso, se abren dos alternativas posibles:
en primer lugar, que se ejerza a fuerza
del ejecutivo una implementación inmediata de los acuerdos o que se asuma un
próximo espacio electoral sin negociar. En cualquiera de los dos escenarios, es
probable que se realice una refrendación de lo acuerdos sin una legitimidad
suficientemente, fenómeno que en últimas fortalecería y revitalizaría al
uribismo como oposición con vocación de poder y dificultará la aplicación de lo
pactado.
b)
Si
se negocia con los que están.
Ahora bien, si se
abre un nuevo espacio de negociación de los acuerdos, el desarrollo del mismo
dependerá de los actores que sean convocados a la mesa. De esta manera, si se
mantiene el binomio negociador Gobiernos–FARC, y el uribismo se pliega
voluntariamente en el concepto de ciudadanía y desarrolla su presión
exclusivamente en el plano de mediatización de sus arengas, lo más posible es
que lo acordado retroceda significativamente a favor de los intereses de la
reacción porque, más allá de los intereses del binomio, la presión política e
ideológica que se ejerza a nivel público vendrá exclusivamente de las huestes
de las élites vulnerables y la oligarquía terrateniente.
c)
Si
se negocia incluyendo sólo al uribismo.
Si por el contrario, el uribismo acepta la
invitación de las partes de entablar un diálogo, se podrían desarrollar tres espacios diferenciados. En
primer lugar, que se concrete el lugar de concertación política planteado por
el binomio negociador que no tiene efectos vinculantes en lo jurídico, sin
embargo esta posibilidad es improbable porque el uribismo ha sido tajante en
mostrar que prefiere estar al margen de la negociación, botándole la
responsabilidad total al gobierno, que hacer parte de un espacio que no es
definitorio.
Un segundo escenario
se desarrollaría si la ultra derecha logra cooptar la mesa a partir de la
movilización de sus bases sociales por medio
de la edificación de una
propuesta sagaz que logre seducir un mayor número de colombianos (cosa que aún
no se ha visto). En este escenario es probable que emerja el tradicional
acuerdo inter-oligárquico, históricamente implementado para la resolución de
las acciones bélicas entre los partidos tradicionales con el objeto de
distribuir el poder entre las élites. Sin embargo, para que este terrible
escenario se materialice es necesaria cierta complicidad y ceguera política por
parte de las izquierdas que circundan el proceso y de las FARC,
las cuales tendrían que malgastar, mediante la aplicación y el sostenimiento de
una política sectaria, fragmentaria y vanguardista, el acumulado político que
se ha gestado antes y después plebiscito con la movilización social.
Por último, un
escenario donde el gobierno y las FARC mantengan consensos y mínimos
innegociables para el desarrollo de la negociación con el uribismo y que este
último se sume a la negociación. El problema de este espacio es que los mínimos
en sí mismos ya se encuentran consignados en los acuerdos actuales y el decantamiento
de estos en unos nuevos tardaría un
tiempo considerable y un gran desgaste entre las partes, terminando por beneficiar únicamente a la derecha por la
dilatación de la negociación y el aumento de tensiones entre sus contendientes.
d)
Si
se negocia con la actuación del movimiento social y de la sociedad civil.
Es importante
resaltar que la apertura de la fase pública de los diálogos con el ELN ha dado
un nuevo respiro a los acuerdos de Paz entre el gobierno y las FARC. Situamos
esta oxigenación en un plano de la negociación, ya que esta sólo
pude surtir efecto si se abren las puertas para la inclusión de nuevos
mecanismos de construcción y de participación, que van más allá de la mera refrendación de lo acordado. Si la
negociación o concertación con nuevos y
más variados actores no fuera el caso, la acción del movimiento social y
de la sociedad civil quedará relegada a un acompañamiento de solidaridad dentro
de la movilización y a su inclusión indirecta dentro de la democracia
participativa para refrendar lo acordado actual o futuramente, limitando la
posibilidad de ampliar el espectro de
incidencia política que tiene implícita esta nueva variable de la coyuntura.
La inclusión de la
sociedad civil en uno u ambos proceso de Paz podría cambiar de manera
sustancial la orientación y la vocación de los mismos. Que la ciudadanía haga
parte de una mesa, ya no como agente
consultivo o victima sino actor proponente, transforma de tajo los alcances y
las posibilidades de concertación que surjan. Ya no estaríamos hablando de una negociación
entre dos partes en conflicto que intentan allanar una solución negociada,
sino, de un espacio polifónico donde convergerían los partidos, los sectores económicos,
la insurgencias, el gobierno y la sociedad civil como actor central, para
acordar la hoja de ruta y las bases de un nuevo contrato social que
refundarían la estructura de nuestro
Estado Nación.
Esta nueva dinámica
permitiría amplificar el diálogo y el conocimiento del interés general, en el
plano de las necesidades concretas y no simplemente del espectro de la
ideología. En efecto, consultar y plantear el desarrollo de propuestas con el
ciudadano de a pie sobre su propia existencia y no simplemente sobre la
refrendación de los acuerdos, permitirá que se visibilicen inconformidades
sobre factores estructurales como salud, educación y salario, que usualmente no
logran vehicularse en lo político y que son invisibilizadas por factores
sentimentales o por la descreencia común en la posibilidad de cambio.
No obstante, lo
complejo de este escenario radica en la manera
como se gestione la recolección y producción
de las propuestas desde la sociedad civil. Como es de esperarse, las
maquinarias de los partidos tradicionales aparejadas con los grupos económicos,
intentaran cooptar los espacios de producción de propuesta a partir de
dinámicas clientelares, con el propósito de ejercer mayor influencia en un espacio nacional de
concertación. La única salida para que
no se genere este debacle, es que el Movimiento Social en su diversidad, respaldado por las insurgencias, exija condiciones para el desarrollo de
espacios territoriales financiados por el Estado, donde se realicen procesos
pedagógicos sobre las diferentes posturas
y ofertas de las partes, y se
abran espacios consultivos y de construcción de propuesta desde la gente.
Otro elemento que
es trascendental en este escenario, es la forma como se construyan los mecanismos de representación de este
amplísimo actor ante un espacio de negociación o mesa de diálogo. Como ha sido
evidente, desde que Santos realizara el
llamado a los promotores del NO para que
le hicieran saber sus demandas, ha surgido un vario pinto grupo de actores que
se auto aclaman los portadores de la mitad más uno de la voz de los
colombianos. Antes, Ordoñez, Pastranas y
Zuluagas, eran meros burócratas grises,
delfines expresidentes y marionetas, no estandartes carismáticos de grandes
corrientes políticas como hoy se nos presentan.
Esto mismo,
pero en pequeña escala, puede suceder
ante la apertura de espacios de representación construidos con base en el consejismo
popular o desde la democracia directa. Esta vez no serán Palomas Valencias ni
doctores tan profundos como Carlos Holmes Trujillo, serán sujetos como Luís
Eduardo Gómez, aspirante fallido a la alcaldía de la Calera por el Centro
Democrático en el año 2014, que no perdió ocasión en el paro agrario del 2013
de salir con Cesar Pachón en cuanta foto pudiera para posicionarse, así no
movilizara un alma.
Este tipo de
sujeto es el que la sociedad civil como actor político tendrá que deglutir en
su corpus, y este es el tipo de sujeto que las bases de los movimientos
sociales tendrán que vencer en los miles de debates que surjan desde los
espacios de encuentros sociales y populares de las ciudades y los campos. Los
movimientos, principalmente sus bases organizadas, tendrán la
responsabilidad de disputar la posición
sentada del ciudadano y, en último término, la voz que mayor peso tiene en un diálogo nacional. Esta
responsabilidad histórica, no sólo
constará en introducir propuestas
que logren profundizar lo acordado, sino en convertirse en sí mismos en la representación real y coherente de todo el
pueblo colombiano.
Como diría Pablo
Catatumbo el día de ayer, luego del anuncio de los diálogos del ELN y de la alocución
del Congreso de los pueblos sobre la necesidad de un Gran Diálogo Nacional:
¡Es la hora del Movimiento Social!
La opción y el reto que
surge.
A pesar que la
movilización se ha hecho presente en todos los rincones del país y ha tenido un
fuerte impacto a nivel externo e interno, es prioritario que esta se
multiplique y se mantenga cada vez más pujante y con un perfil más popular para
poder torcer la balanza a favor de la
creación de un mejor escenario de negociación. Las marchas del 5 y del 12 de
Octubre convocadas por los estudiantes son ejemplo de la fuerza y del alcance
que tiene implícito este tipo de llamado, pero también es muestra de que tales
ejercicios, al momento actual, siguen desarrollándose en el espectro binomial
de un SÍ y un NO que no convoca nuevos adeptos y que no profundiza en
contenidos.
La tarea que surge
de esta coyuntura , por una parte, exige un fuerte compromiso por parte de las
y los militantes de las organizaciones de izquierda para construir y desarrollar verdaderas pedagogías de paz,
que permitan aumentar las fronteras de la discusión a los grupos poblacionales de
las ciudades que aún se encuentra ajenos a los contenidos y a la construcción
de propuestas; por otra parte, el desarrollo de un diálogo social ampliado
que vincule el grueso de organizaciones
y movimientos que tradicionalmente no
hacen parte de la discusión del conflicto social y armado contemporáneo, es
decir, aquellas agremiaciones y
gentes que pertenecen al agro
minifundista y tradicional, que no son parte de la frontera agrícola y que han
sido afectadas sustancialmente por la
aplicación de los Tratados de Libre Comercio.
El desarrollo de
un proceso de concienciación y de
ampliación del espectro de incidencia que se estructure en el marco de un
articulación política propositiva pone de presente la necesidad, en primer
lugar, de acompasar las asintonías que generaron el surgimiento de las dos
plataformas agrarias en el paro de 2013 y,
en segundo lugar, de desenraizar el movimiento de su sombra rural y de
frontera, llevando la acción de
agitación social hacia las ciudades y los barrios más populares. Esa tarea
titánica, implicaría sincronizar demandas que hacen parte de momentos
económicos y vitales diferenciados, y
plantearía la necesidad de estructurar un nuevo espacio de encuentro en el cual la sociedad civil y los movimientos
sociales puedan articularse para poder amplificar los acuerdos y gestar la
creación de un espacio más general de construcción de paz a nivel nacional.
Aunque muchos
conocemos la dificultad de realizar este tipo de diálogos por las distancias
existentes entre las izquierdas de nuestro país, sería equívoco atribuirle la
culpa total de la lejanía de las organizaciones campesinas que no son de
frontera y del desconocimiento citadino, a ciertos sectores de la izquierda
electoral que son bastante reacios a aceptar las causas históricas del conflicto.
A decir verdad existe una culpabilidad compartida sobre esta problemática, cada
una de las partes se ha encargado de viciar y desestimar la acción política del
otro con el objetivo de vanguardizar la lucha popular y la transformación social.
Para superar esta
condición y mostrarle al pueblo colombiano que la izquierda es más que el
conjunto de intencionalidades fragmentadas, es necesario que los egos y
diferencias de las organizaciones marxistas autoproclamadas se pongan de lado,
para que se pueda construir una agenda conjunta que pueda profundizar las
demandas y las posiciones de cada una de las organizaciones. Sería muy sugestivo
que el MOIR dejara de hablar sólo de la reforma fiscal y las FARC únicamente de
la refrendación de los acuerdos, y que un Robledo y un Timochenko construyeran de
manera conjunta y pública una propuesta de reforma fiscal e impositiva para el
posconflicto.
La tarea en las
ciudades es mucho más grande y complicada. Parte de lo que se evidenció en los
resultados del plebiscito, es que las ciudades intermedias y algunas de las grandes, como Medellín, están fuertemente
absorbidas por el imaginario del enemigo interno construido por la seguridad democrática. Otro
factor que dificulta aún más el trabajo en las ciudades, es que el fenómeno del
neo-paramilitarismo representado por las bacrims se está insertando, cada vez con más fuerza,
en las periferias y los barrios
populares por el control del microtráfico. A pesar que la situación es bastante
compleja, es esencial que se desarrollen espacios de participación y de construcción
de propuestas ciudadanas en las urbes, replicando ejercicios como el que se ha
desarrollando en el Park Way de Bogotá,
pero con una impronta más popular, es decir, desde los barrios y con la gente, donde
las lecturas y propuestas entorno a la Paz se den no sólo desde el apoyo sino
desde las mismas contradicciones vitales que viven los habitantes urbanos más golpeados
por el capitalismo.
El momento actual amerita un proceso de diálogo
social ampliado y la construcción de un frente popular, que permita revitalizar
y disputar el conjunto de sentires indecisos y desinteresados por medio de la
razón y a partir de la apertura de escenarios de democracia directa. La
cohesión del país social vía acción política (dividido
entre un centro y una periferia
imaginada e impuesta por los de arriba) se plantea como el vehículo
perfecto para este propósito.
Ahora pues,
contemplar la posibilidad de desarrollar un
Frente Único Popular que
afronte la realización de un Gran Diálogo Nacional y que jalone la
estructuración de la participación de la sociedad civil, pasa innegablemente, por la
conformación de un diálogo
interinsurgente donde se coordinen
activamente los mínimos para la negociación conjunta con el Estado y las
oligarquías, con el objetivo que los sentires de dicho espacio sean tenidos en
cuenta y encuentren eco importante en la composición de este
nuevo espacio de negociación nacional.
Este llamamiento al diálogo social y popular, encaja de manera
perfecta con la apertura de la fase pública de conversaciones entre el gobierno
y el Ejército de Liberación Nacional que fue anunciado el martes de esta semana
en las horas de la tarde y que se oficiará a partir del 27 de octubre del
presente mes. Es claro que uno de los puntos sustanciales dentro de este nuevo
diálogo es la necesidad de la participación de la sociedad civil y del conjunto de movimiento
sociales y populares que se encuentra
desperdigados por todo el país.
Sebastián Joya T.
12 de octubre de
2016.